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            Hace un mes que llegué a Mérida. El balance de los logros no ha sido tan favorable como había esperado, pero tampoco es desalentador. Fundaidiomas, la organización que ofrece clases extracurriculares de segundas lenguas en las instalaciones de la Universidad de Los Andes, me ha ofrecido trabajo y me ha solicitado mi disponibilidad de horario para asignarme algunas clases de inglés en días de semana. Sin embargo, dado que estoy a la espera de un puesto fijo en el diario Pico Bolívar, he limitado mi disponibilidad, lo cual ha acarreado que se prescinda de mis servicios, al menos por este trimestre, por la inconveniencia del horario. Aunque no se descarta la posibilidad de que trabaje para ellos en el próximo trimestre que se iniciará en septiembre, pues quedaron satisfechos con mis credenciales y los resultados de la prueba, no ha sido para mí una decisión fácil de tomar dado que he rechazado un empleo sin la certeza de que obtendré el otro. Según lo convenido con la encargada de nómina del Pico Bolívar, hoy en la tarde me he presentado en el departamento de corrección y transcripción del diario para una orientación sobre los procedimientos de trabajo del periódico. Me ha recibido una correctora a quien haré la suplencia durante sus vacaciones, las cuales tendrán lugar el próximo fin de semana y el siguiente. No he trabajado la jornada completa, pues se trataba tan sólo de un mínimo entrenamiento, pero la experiencia ha sido valiosa para conocer ciertos pormenores del trabajo diario e, inclusive, algunos de los vicios que echan raíces en todo lugar de trabajo. He trabajado codo a codo con otro corrector, Oliver Torres, un barbudo un tanto hippie que representa al estado en torneos de ajedrez y en cuyo escritorio guarda con celo libros de poesía de Blake y Poe. En el cubículo del transcriptor estaba Romel García, el encargado de la página de opinión que ha publicado todos los artículos que he escrito y a quien conocí en otra ocasión. Hoy he podido advertir los graves problemas de que adolece el diario y que he comentado con los compañeros del departamento de corrección y transcripción a sotto voce: los bodrios casi ininteligibles y plagados de errores que nos traen los periodistas, las mañas de los diagramadores, cargos fantasmas desempeñados por empleados incompetentes y toda la ineficiencia y mediocridad que caracteriza a este periodiquito provinciano. No me preocupa demasiado. Necesito ganarme la vida y cumpliré con mi responsabilidad. Mañana se venderá el periódico con las secciones Comunidad, Opinión, El Vigía y algunas otras corregidas por mí. Entonces volveré al diario para ocuparme de las transcripciones del día y cubrirle el día libre a García. La Dra. María Elena García, presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología de Mérida, ex colega y amiga de mi suegra, solicitó mi currículum hace algún tiempo para considerar la posibilidad de valerse de mis servicios de redacción para algunos proyectos de la institución. El martes 21 de abril me telefonearon del departamento de promoción y divulgación de Fundacite solicitándome que me presentara para hacerme un requerimiento. El motivo de la entrevista era solicitarme una propuesta conceptual y presupuesto para la elaboración de un libro conmemorativo del vigésimo aniversario de esa organización. Dada la naturaleza del trabajo, he decidido incluir a Ana Isabel en el proyecto, quien se encargaría de la dirección de arte y la diagramación. Ese mismo día, en la panadería Croacia, elaboramos un primer borrador de la propuesta y, al día siguiente, nos entrevistamos con la Dra. García para oír sus sugerencias e ideas. Tras trabajar arduamente en la propuesta, el presupuesto y el currículum de Ana Isabel durante 24 horas seguidas, sin pegar un ojo, el viernes 24 de abril entregamos el proyecto por escrito tal como se había prometido. En el transcurso de la próxima semana, una vez que se someta a la consideración del directorio de la institución, probablemente obtendremos respuesta. Hoy en la noche, cuando volví del diario, Ana Isabel ha hecho un gesto hermoso. A sabiendas de que en mi habitación, a falta de cenicero, he tenido que cometer el ex abrupto de emplear un pote de mantequilla para ese fin, me ha obsequiado un cenicero decorado con ornamentos realizados por ella, y en cuyo fondo se aprecia el Sísifo de Tiziano. No se me ocurre un mejor modo de celebrar mi vuelta al trabajo, por precaria que fuese, y aún más hoy que es el día del trabajador.

            Entrevista de trabajo con la administradora del diario Pico Bolívar. Me ha dicho que desea que reemplace a una correctora del periódico durante un par de fines de semana de mayo. Me ha informado, asimismo, que le place que yo tenga experiencia en labores de corrección y transcripción puesto que la empresa está considerando prescindir de los servicios de un empleado en ese departamento. Sea como fuere, aún no se ha tomado una decisión definitiva al respecto.

Ana Isabel ha empezado a mejorar de los brotes en la piel, pero ha caído enferma con una gripe. Yo la he contraído también, me he pasado el día sonándome la nariz y, al caer la tarde, he sentido un malestar tal que a duras penas puedo escribir esto. Los ojos me arden y me cuesta fijar la vista en el papel. Hace algunos días que devoro El escritor y sus fantasmas—que me obsequió Ana Isabel—y Antes del fin de Sabato. Hoy se ha publicado mi ensayo José Lezama Lima, la palabra inasible en la revista Arteliteral. No he tenido cabeza, como bien se echa de ver, ni para un artículo de opinión ni para reflexiones más profundas en estas páginas de mi diario. Y mucho menos, claro está, para una obra de cierta envergadura. En el transcurso de esta semana, me quedaré sin blanca. Paciencia.

            Escribo junto a la ventana, sentado sobre dos cajas apiladas ante mi escritorio, en una habitación del nº 98 de la urbanización San Cristóbal de Mérida. Hoy, a las tres de la tarde, me he instalado definitivamente en mi nuevo domicilio. Rodeado de cajas diseminadas por todo el piso de la alcoba, intento sentirme en casa en este rincón que habitaré hasta el día de la boda. Mi madre, que estaba de visita en Caracas, me ayudó a hacer la mudanza. Mientras revisábamos mis pertenencias, hallamos viejos dibujos de mi niñez y tarjetas afectuosas que me hicieron evocar con nostalgia otros tiempos. Mi madre me ha colmado de anécdotas de la infancia y un cariño indecible. La camioneta en la que viajé, en compañía del chofer, estaba atestada de cajas, escritorios y repisas de biblioteca. Partimos de Caracas a las 5 am. No había pegado un ojo en toda la noche pues había charlado telefónicamente con Ana Isabel hasta tarde y después ya no pude conciliar el sueño. Ana Isabel está un tanto avergonzada por un brote de manchas rojas que tiene en la piel y que le produce una comezón que no la deja dormir en las noches. Tras una consulta con el médico, ha empezado a seguir un tratamiento de antibióticos y ungüentos. He respetado su pudor. Me invade una idea fija: necesito hallar un empleo lo antes posible.

         Mañana, a primera hora, parto a Mérida. Hace unos días, Ana Isabel encontró una habitación donde podré vivir hasta que, une vez casados, nos mudemos al apartamento de su madre. El alquiler del primer mes ya está pagado y he decidido ir este fin de semana para llevarme algunas de las cosas de la mudanza. La decisión ha sido oportuna pues hoy en la tarde recibí una llamada telefónica de la jefa de redacción del diario Pico Bolívar, quien me ha preguntado si podría hacer la suplencia del corrector del periódico durante una semana. También ha dicho que desea que sea entrenado con miras a quedarme como empleado fijo. Aunque el ofrecimiento me ha tomado por sorpresa, tanto más cuanto que aún no vivo en Mérida y todavía falta por completar la mudanza, he accedido. En consecuencia, he tenido que tomar una inesperada resolución. He renunciado por teléfono a mi empleo actual y, dadas las nuevas circunstancias, no podré volver a Caracas hasta fin de mes. Entonces tendré que desocupar mi habitación a toda prisa y preparar el resto de la mudanza para regresar a Mérida tan pronto me sea posible. Será un ajetreo, pero merece la pena. La próxima entrada a mi diario será escrita, con toda probabilidad, en Los Andes.