Son como golpes de la psique,
anónimos portazos
de algún remoto
Museo de la Memoria.
Murmullo lejano
de las estériles profecías
que sucumbirán a los pies
de algún demiurgo alucinado.
Lo envenenan todo
con rozar los artefactos.
Aparecen de súbito
en la joroba del Tiempo,
royendo las horas muertas
hasta el hueso,
y a la postre se disipan,
sublimes y precarias,
en el éter del silencio.
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