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Archive for the ‘Reflexiones de cibernauta’ Category

To be or not to be. That is the question.

William Shakespeare. Hamlet.

 

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        ¿En qué consiste nuestro ser? Pese los esfuerzos de la humanidad por hallar una respuesta, pareciera que tal conocimiento aún está por adquirirse. Según la perspectiva con que se ha abordado el tema, se le ha llamado identidad o personalidad. Palabras vacías, sin embargo, si no se les llena de significado. Esto es, un significado que podamos hacer nuestro.

            La pregunta se remonta a los tiempos de la Antigua Grecia. En la entrada del templo de Apolo de Delfos, una inscripción en el pórtico rezaba: γνθι σεαυτόν  (conócete a ti mismo). Ignorar tal advertencia es la esencia misma de la tragedia. El teatro, por ende, guarda una estrecha relación con la individualidad. De hecho, el significado original de la palabra persona comporta una paradoja. Etimológicamente, persona, su equivalente original en latín—utilizado actualmente en inglés para hacer referencia a un alter ego—, significa «personaje de un drama, máscara.» En español, el término ha permanecido idéntico al vocabo original del latín. Pareciera poco probable que la evolución de la lengua, que ha establecido que uno y otro vocablo son uno y el mismo, sea una mera coincidencia. El simbolista francés Arthur Rimbaud lo expresó de un modo que la historia de la literatura jamás olvidará: Yo es otro.

            Cuando se nos pregunta quién somos, decimos el nombre propio como si fuésemos esa palabra, como si el nombre por sí mismo contuviese la esencia el ser de nuestra persona. Nada más alejado de la verdad. El epígrafe de Todos los nombres, de José Saramago, expresa toda una epifanía al respecto: Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes. Se diría que la brecha entre quienes estamos llamados a ser en sociedad y quien somos realmente o quien queremos ser, tarde o temprano, es una brecha que el ser humano lucha por cerrar al precio que fuese.

            A partir de la Metafísica de Aristóteles, estamos familiarizados con la percepción según la cual hay ciertas cosas que tienen una existencia por sí mismas. En consecuencia, la llamada realidad es tomada por sentado. Sin embargo, no hay manera de demostrar que el escritorio sobre el cual escribo existe por sí mismo. La percepción sensorial no demuestra nada y, a decir verdad, es irrelevante. La ciencia ha demostrado que el proceso óptico por medio del cual perciboo el fenómeno no es más que una representación del objeto físico creada por mi cerebro, y por ende no es diferente al escritorio pintado en un lienzo. Tampoco podemos fiarnos demasiado de la lengua. Desde Sausurre, es de conocimiento de todos que las palabras son signos arbitrarios y nada tienen que ver con el referente en sí. Así, pues, la palabra escritorio no es sino la representación gráfica o sonora del fenómeno en torno al cual existe un acuerdo general en aras de nombrar alguna cosa, dada la necesidad humana de comunicar el pensamiento. Acertaba Heráclito al declarar que la realidad es un continuum de transformaciones y que los objetos eran otros a cada instante. En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos. Tales son sus palabras, las cuales alarmaron a Parménides y lo impelieron a llevar a cabo una infatigable polémica. Mas he aquí que ni Parménides pudo resolver las contradicciones entre la naturaleza a menudo estática de las palabras y la realidad cambiante, por lo cual tuvo que idear la dicotomía mundo inteligible-mundo sensible, argumentando que aquél era real y éste una ilusión de los sentidos. Los sofistas, por su parte, pretendieron refutar a los filósofos socráticos al defender la idea de que no hay verdad absoluta. En una palabra, aquello que llamamos realidad no es sino percepción.

            El empirismo inglés privilegia la experiencia como aquello que existe por sí mismo. Berkely sostiene que nada puede tener una existencia en sí, pues ello implicaría no ser percibida ni concebida. De ahí que el sólo pensar en aquello que no puede ser concebido por nadie supone una contradicción. En efecto, existir es ser percibido. De ser cierto esto, el escritorio no existiría por sí mismo, sino sólo en mi experiencia con él. Ahora bien, si todo fenómeno, para poder ser, requiere un sujeto, un objeto y percepción, entonces Berkeley ha suprimido el objeto de la ecuación. Hume fue aún más lejos al suprimir también el sujeto de la ecuación, dejando tan sólo la experiencia del fenómeno como aquello que tiene existencia en sí mismo.

            Sastre, no obstante, sostiene que el ser obedece al hecho de que somos percibidos por otros y, por ende, existimos. Cuando se refiere a Baudelaire como un dandy, destaca la paradoja que ello comporta. Si ser un dandy implica convertirse en un alter ego o personaje en aras de ser visto, dicho alter ego requiere una indumentaria y una conducta extravagantes. Dicho de otro modo, un disfraz y una actitud que no son más que una máscara. A ello subyace la trágica contradicción del hecho de que, para poder ser visto, el dandy necesita ocultarse tras el antifaz de la apariencia. Es la máscara lo que es visto, no el hombre tras ella. Y aún más, un dandy no podría admirar la diferenciación que supone su presencia, es decir su propia individualidad, dado que todo su ser está basado en la necesidad de ser un objeto, aún cuando él es un sujeto, de modo que, al hacer esto, su hedonismo se muerde su propia cola.

            Creo que, en el mundo virtual denominado Second Life, este problema ha sido resuelto. En mi próximo artículo, intentaré explicar porqué y cómo. Si quieres saber qué se necesita para jugar a ser Dios, asegúrate de leerlo.

 

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One of life’s quiet excitements is to stand somewhat apart from yourself

and watch yourself softly become the author of something beautiful, even if it is only a floating ash.

 

Norman MacLean.

 

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          Para algunos, es sólo un juego y no debe ser tomado en serio. Para otros, es un nuevo mundo donde todo es posible. Hay quienes lo perciben como un medio de hacer negocios y encontrar clientes potenciales. Ciertas personas descubren que es un recurso extraordinario para expresar su visión estética y darle rienda suelta a su creatividad. Abundan los que son seducidos por el espíritu aventurero de la exploración y la libertad que permite el anonimato para romper las cadenas de sus inhibiciones. Independientemente de lo que está en mente al momento de conectarse, tarde o temprano plantea significativas preguntas acerca de nuestra percepción de la realidad.

            Al principio, eres impelido por la curiosidad. Quizá leíste u oíste algo al respecto e, intrigado por lo desconocido, descargas el software. Una vez que has seleccionado alguno de los avatares que se ofrecen por defecto y un nombre completo, nace un nuevo ser. Ya eres el creador de alguien, una extensión de ti mismo, una nueva versión de tu individualidad, un alter ego. Se trata de una máscara que pronto será casi una segunda piel. Es probable que la esencia de la nueva identidad tendrá en abundancia todo cuanto careces en la anterior y poco o nada de aquello de que puedes prescindir. De algún modo u otro, el nuevo ser es un reflejo de ti mismo, puesto que nuestros deseos y vacíos nos definen también.

            Tarde o temprano tomas conciencia de que has realizado la inusitada hazaña de dar a luz a ti mismo. Aún más, llegado el momento, una vez que el ser ha sufrido la metamorfosis de su evolución y toma la forma de su ser definitivo, y una vez que el tiempo y la experiencia definen sus hábitos y su lugar en el nuevo mundo, entonces el autor y la obra de arte son uno y el mismo.

            Sea que estemos o no conscientes de dicha ósmosis, las implicaciones de ser el títere y el titiritero a un tiempo es cualquier cosa menos insignificante. Y como si la capacidad de vivir en tercera persona no fuese, en sí misma, lo bastante admirable, en SL podemos hacer mucho más. Somos el actor al tiempo que nos sentamos cómodamente en nuestra butaca, entre el público, y somos testigos de nuestra propia obra maestra. Quienes tienen las habilidades y la paciencia de hacer construcciones virtuales y fabricar objetos en esta realidad paralela, gozan de la ventaja adicional de crear el decorado. Se trata de convertirse en otra persona para encontrar tu verdadero ser, dado el anonimato que se convierte en el parque de juegos  del libre albedrío. Es un lugar mítico donde no sólo no se envejece, sino que alcanzamos una suerte de inmortalidad. El avatar es inmune a las inconveniencias de la vida real, tales como el hambre y la higiene personal. La habilidad de volar y tele transportarse es un paso más hacia la omnipresencia. La mayoría de los usuarios son atractivos por principio, pero hasta la fealdad puede ser una forma de protesta. Todo consiste en tomar parte de la génesis y jugar con nuestras criaturas como si fuesen juguetes, y este juego pseudo divino es un fin en sí mismo. Es tener la libertad de cometer el pecado original sin ser echados del paraíso. Es el intento de recobrar la tierra prometida. Es ser capaz de jugar a ser Dios sin la abrumadora responsabilidad que ello implica. Bernard Shaw tenía razón: God is in the making.

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