El proceso de la mudanza se ha vuelto difícil. Hace un rato, al mover un módulo de repisas de mi biblioteca, me ha caído encima y me he roto la nariz, la parte superior del labio y la muñeca. El dolor ha llenado mis ojos de lágrimas y he tenido que lavarme durante unos minutos para quitarme la sangre. Por fortuna, se ha detenido el sangramiento, pero la nariz me ha quedado hinchada y con marcas. De modo que hoy al mediodía, cuando dé mi clase de inglés, luciré como quien ha tenido un altercado en una taberna.
Tras sumergirme un rato en el depósito de desperdicios del McDonald’s de la esquina, en busca de cajas, he pasado buena parte de la noche guardando los libros en ellas y colocándolas en el automóvil para calcular el espacio del que dispongo. Por más que me deshaga de muchas de mis pertenencias, y aun inclinando los asientos traseros hacia delante para ampliar el baúl, el espacio es muy reducido en mi vehículo compacto y todavía no sé cómo me llevaré tantas cosas. Ahora comprendo que, a mi llegada a Mérida, no podré alojarme en una habitación, sino en alguna residencia más grande. Es inconveniente y costoso alquilar dos habitaciones, una para mí y otra para mis pertenencias. Sería preferible alojarme en algún apartamento económico o una casa de las afueras donde pueda tener todas mis cosas. De hecho, resulta imperioso alquilar dicha residencia en el transcurso de este mes, aun cuando todavía no la ocupe. Lo más probable es que se requiera de al menos dos viajes para llevarme todo lo que necesito y, si no tengo para entonces un alojamiento, la mudanza será imposible. Por suerte, Ana ya ha empezado a revisar los avisos clasificados en la prensa local y me ayudará a encontrar un lugar apropiado. Pero, aun dándose todas las condiciones, el esfuerzo será titánico y tendré que dejar atrás muchas pertenencias que seguramente no recuperaré jamás. Todo sea por empezar una nueva etapa.
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