Con aire solemne
cruzó las piernas
y se quedó inmóvil
en el banco de la plaza.
Al doblar las campanas,
parpadeó góticamente
y tosió pétalos que se
congelaban en el aire.
Tenía un asfódelo marchito
en el ojal de la levita.
Se posó una mariposa
en la punta del zapato.
A lo lejos, en la niebla,
la tarde se desangraba
por entre las ramas lúgubres
de un álamo centenario.
De súbito empuñó el bastón,
sintió llover en los adentros
y lentamente cerró los párpados.
Para ver.
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